Planes con niños en Madrid inclusivos y para distintas capacidades
¿Qué hacer cuando tu hijo no soporta el volumen del cine? ¿Cómo llegar al columpio con silla de ruedas y suelos de arena o gravilla? ¿A qué campamento o extraescolar lo apuntas en los que tengan formación, sensibilidad y recursos específicos para atender a niños con diferentes capacidades? A estos problemas se enfrentan a diario miles y miles de familias en Madrid ―en la educación no universitaria pública y concertada hay 40.748 alumnos con discapacidad física o intelectual—― que, a las carencias del sistema educativo y sanitario para cubrir sus necesidades de especialistas, logopedas y fisioterapeutas, suman unas puertas del ocio cerradas y excluyentes. “Es uno de los derechos del niño y del niño con discapacidad. Debe garantizarse su participación, en equidad, en la cultura, el esparcimiento y el deporte”, recuerda Óscar Hernández, padre, junto con su pareja, Mónica García, de tres niñas, de dos mellizas de tres años, Lola y Naia, y la mayor, de cinco, Ariadna. Si criar a múltiples es de salto mortal, tener tres y que una no sea normotipica es volar sin red.
“Ari tiene problemas de movilidad y ciertas dificultades relacionales”, pero no tienen diagnóstico. Sus padres anhelan que sea una más, pero necesita “entornos adaptados”, cuya oferta es muy reducida y, en la mayoría de los casos, “si te lo puedes permitir”. Para Hernández, “o te peleas con la administración para recordarle que es su deber ser inclusiva o te refugias en el mundo asociativo, que ofrece actividades adaptadas y con garantías, con la pega de que solo se relaciona con niños con discapacidad”. “De momento apostamos actividades específicas, como padre optas por librar unas guerras y pasar por otras de puntillas porque con 25 no puedes. Va a música en su centro de atención temprana, 60 euros al mes, y a natación, pero en lugar de ir a la piscina municipal como sus hermanas, va a hidroterapia, 50 al mes en lugar de los 15 que de las otras niñas”. “Al final, se dará cuenta, nuestro deseo es ir a entornos inclusivos, pero apenas si los hay”, denuncia.
Buscándolos lleva Marina Prieto 18 años, los que tiene su hijo Adrián con trastorno del espectro autista (TEA), en los que no ha parado de chocar con la falta de previsión pública y privada y también, con la falta de empatía de muchos padres. “Las barreras son infinitas”, confiesa. Para tumbarlas, creó junto a otras familias la asociación ProTGD, con presencia en toda la zona sur. “Se ha avanzado mucho en el ocio, pero es sangrante que ni siquiera la administración disponga de recursos específicos y que tengamos muchas veces que ponerlos nosotros si queremos participar en actividades públicas. Hemos tenido que pelear plaza por plaza, hasta lograr que en Móstoles, por ejemplo, ya vayamos por la misma ventanilla”, afirma.
Prieto destaca sus “fabusosas” experiencias en el Zoo Aquarium, el parque de atracciones, las pistas de esquí de Xanadú, las colchonetas de los Urban Planet Jump (Madrid, Las Rozas, Leganés, Rivas y Villaba) y el Palacio de Hielo. También cuenta que en el centro comercial Zoco de Majadahonda hay sesiones de cine adaptadas para niños TEA, VenTEAlcine, en “las que la luz no se apaga totalmente, el volumen se baja y nadie te llama la atención si tu hijo se mueve”. En San Sebastián de los Reyes, las organiza NorTEA bajo el lema #venTEAlcine. En Móstoles, el Ayuntamiento desarrolla Proyecta, cine en familia, con películas subtituladas para niños con dificultades auditivas y en las que se cuida la luz y el sonido.
El hijo de Julia González, Rafa, de cuatro años, también tiene autismo, en su caso severo, no saben si llegará a hablar. “Nunca he visto disfrutar a mi hijo en su vida como en la Warner”, asegura. La clave es el pase VIP, que permite el acceso sin colas, “fundamental” para niños que “no entienden las esperas y se frustran muchísimo”. “A mi hijo le cuesta jugar, pero le gusta la adrenalina. Hemos ido dos veces y es el plan perfecto”, sostiene González, que también recomienda las jugueterías Poly, donde tienen horas tranquilas, con luces tenues y sin ruido.
“En el ocio y en todo lo demás, hemos intentado que no nos pare nada. Para mi hijo, lo que prima es estar con sus amigos, y si dicen cine, pues cine, si es La Pedriza, a La Pedriza, nos costará algo más subir, pero subimos”, cuenta Eva Aranda, madre de Ricardo, de 11 años y en silla de ruedas. “Al principio, acudimos a fundaciones, pero eso no es inclusión. Abrimos los ojos cuando con seis años decidimos salir del campamento de su cole de integración para niños motóricos y apuntarlo al del Zoo”, explica. “Llamé con todas mis dudas, me dijeron que sin problemas y así fue. Mi hijo participó como uno más y ahí me di cuenta de que es uno más”. Ahora, practica piragüismo en el parque Juan Carlos I. “Fuimos a una actividad para discapacitados y en el club nos dijeron que nuestro hijo puede palear como cualquiera. Una maravilla, en el agua no hay distinciones. Compite, a veces gana y se me pone la piel de gallina cuando loe veo en el podio con sus muletas. Es una leccción para él y para todos, es normalizar la diferencia”.
Lucía Martínez, madre de Elena, de ocho años, también TEA, denuncia que las familias tienen que “pagar más” si quieren tener “el respiro del ocio”. “Se supone que en los polideportivos hay plazas reservadas. Yo lo intenté con natación y salí escaldada. Ahora van adaptando las actividades, pero queda mucho”, denuncia. Para vacaciones o días sin cole, recomienda Kids Coles, que ofrece “talleres y actividades inclusivos a precios asequibles con pocos niños. Hay monitores de apoyo y Elena va feliz porque se siente una más”. Martínez, que echa de menos “un punto de información con todas las actividades”, opta por funciones especiales en espectáculos como El Rey León o al cine “evitando estrenos y sesiones concurridas”.
Al final, lo más socorrido y básico con los niños es ir al parque, pero ¿es esta una opción real para los no normotipicos? “Hay una pregunta recurrente en la diversidad funcional infantil: a qué parque lo llevo. Los padres hacen kilómetros con tal de que el niño pase un buen rato”, cuenta Hernández. A las zonas infantiles, incluso a las que los Ayuntamientos venden para todas las capacidades, las familias ponen los mismos peros: problemas de acceso, falta de paneles en braille para ciegos y pictogramas o dibujos explicativos para que los TEA entiendan las normas y que puedan jugar con otros niños. Tan raro es, que Prieto no conoce ninguno en toda la comunidad que cumpla todos los requisitos. En el caso de los Hernández-García, ahora empiezan “a no sufrir en los parques”. “Ir con la mayor, que al principio tenía la psicomotricidad muy comprometida, era terrible. La pandemia nos hizo un favor: lo peor ha pasado y ahora las tres montan más o menos en todo”, explica el padre, cuya principal opción de ocio, al vivir Morarzalzal, son las excusiones por la sierra.